En esta etapa cruzaremos por completo el campo burgalés para entrar en Palencia, parte de la denominada “Tierra de Campos”. Nuestro cuerpo y mente habrán de acostumbrarse a circular entre un paisaje mucho más homogéneo que el precedente en el que el relieve, profundamente nivelado, se romperá por colinas que se alzarán como estatuas en el horizonte y que a veces tocará atravesar.
Hay quien desprecia esta parte del Camino Francés y se centra en cruzarla lo más rápido posible, desestimando lo que se ve como una monotonía sin alicientes. Es cierto que esta parte es dura -especialmente en verano-, pero también es una parte esencial del peregrinaje: La imagen de sus campos es una de las más reconocibles del Camino. Nuestros ojos seguirán durante kilómetros esta estampa, un recorrido en línea recta flanqueada por campos dorados entre los que a veces se alzarán estoicos encinares. La cual es muy posible que sellaremos en nuestra retina y será una fuente de sosiego y paz para el futuro, recordándonos la serenidad del peregrinaje y la gran oportunidad que brinda para centrarse en uno mismo.
Olvidémonos ahora del mundo en el que lo preeminente es la inmediatez, la innovación y el cambio permanente. Por el contrario, dejemos que la armonía y quietud del entorno aliente nuestra introspección. Peregrinar da tiempo para pensar y no simplificar lo que es complejo, así que recordemos a Machado, Unamuno o a Fernán González y encontremos en Castilla un mundo lleno de matices y riqueza paisajística y humana.